Capitulo uno: La residencia; primer año; Pánico y Rusos malvados
Empecé mi especialidad; “la resi”, en oncología en el 2013, por ese entonces estaba bastante perdida con mi vida y me había ofrecido una residencia en hospital en Beer Sheva, una ciudad universitaria situada en el sur desértico de Israel, donde solo habitaban beduinos, rusos, camellos y mi hospital.
Una de las razones por que acepte ese trabajo, fue mi falta de confianza en saber que podría conseguir algo mejor en alguna ciudad donde me diera mas ganas de vivir, de vivir en general por que la depresión que tuve en los dos años que viví ahí mejor ni les cuento, bueno si, pero mas adelante.
Cuestión que con la promesa de un futuro mejor y un incentivo monetario mas que interesante decidí mudarme allí y empezar mi entrenamiento medico en oncología.
Debo confesar que el jefe de servicio “El Profesor” era una de las personas mas educada y amables que conocí en mi vida, pero no era suficiente para contrarrestar al grupo de rusos malvados que constituían el resto del staff medico, claro que no sabia nada de eso cuando firme el contrato.
Para empezar, me mudé a esa ciudad sin conocer a nadie estuve casi 3 semanas viajando dos horas en micro desde otra ciudad cercana pero igual de incomunicada, donde vivía de en un departamento que me presto mi amigo Roman.
Me acuerdo de una noche después de trabajar y quedarme buscando departamento para alquilar en Beer Sheva no conseguí micro de vuelta y tuve que volver a dormir en un sillón cama extra que tenia la sala de residentes del hospital, mi espíritu estaba por el piso y creo q ese fue uno del momento mas bajo de mi comienzo.
Cuando llegue al hospital trate de que nadie me vea porque no quería dar explicaciones (tampoco sabia como hacerlo en hebreo) de porque volví al hospital de noche a dormir.
Justo el profesor estaba de guardia pasiva y me vio entrando a la sala de residentes, con las voz casi quebrada y muerta de vergüenza le explique la situación y la comprendió.
Esa fue la primera noche que dormí en Beer Sheva.
Para ponerlos en situación mi hebreo en ese momento era bastante básico y mi inconciencia basta alta, me acuerdo que muchas veces de tanto pánico de no entender las consignas que me decían, mi cuerpo se paralizaba y empezaba a escuchar como un zumbido en mi oídos y no podía reaccionar, en general me duraba unos segundos, pero era una experiencia tan real de falta de control y miedo a la vez, creo que es como un mecanismo de defensa que tiene el cuerpo cuando ya no sabe que hacer con tanto miedo que bloquea algún sentido para poder a funcionar el resto.
Una de las razones por las cuales me contrataron pese a no saber el idioma era la desesperación y la falta de médicos, cuando empecé éramos dos residentes, una rusa a la que llamaremos “Katya” y yo.
Katya delante de todos en el pase de sala de la mañana se comportaba de manera muy “amable” correcta y bastante comprensiva, ella era mayor que yo y esta era su segunda residencia, en realidad estaba esperando un lugar para hacer una segunda especialidad en geriatría, pero mientras empezó en oncología debido a la falta de médicos.
Cuando las luces se apagaban, Katya era una persona un poco distinta conmigo y todo lo que yo hacia (que básicamente era asentar con la cabeza y sonreír y eventualmente respirar) le molestaba.
En las rondas en el piso de internación de oncología me dejaba de lado y se molestaba por que tenia que hacer todo el trabajo sola, que un poco la entiendo, pero es parte del sistema de residencias en el mundo donde no existe un periodo de “Aclimatación” y es mas bien sálvese quien pueda.
La verdad que bástate de esas primeras semanas/meses las tengo bastante bloqueada, me acuerdo de que me imprimía las historias medicas de mis pacientes y me las llevaba a casa para traducir palabra por palabra del hebreo y así aprender un poco.
Recuerdo vívidamente un día que le pregunte si quería que yo escribiese el alta de un paciente, se dio vuelta me saco la carpeta de las manos cual malvada de telenovela, me miro a los ojos y me dijo “No, vos no sabes hacer nada”, y se fue dando un portazo.
Tremenda amiga pegue con la Katya. La verdad que no fue tan terrible, durante el trascurso de los años me dijeron mil cosas peores, pero creo que esa vez no me lo olvido por que fue una de las primeras veces que me enfrente a la verdadera cara de las personas en la residencia.
Una mañana unos de los médicos que tenia que cubrir la planta conmigo no vino por que tuvo un percance, así que el jefe de servicio fue a reemplazarlo conmigo.
Me pidió que vaya yo sola a ver a los pacientes y que luego me siente a escribir las evoluciones en las historias clínicas con el que me iba a ayudar con el idioma.
La parte de ver a los pacientes no me asustaba, pese a la barrera lingüística, siempre supe como conectarme con ellos de forma inmediata, interactuar y sacarles una sonrisa con mi básico dominio del hebreo. Era lo que mas feliz me hacia en mi trabajo, siempre fueron muy amables y comprensivos conmigo.
Cuando volví a su oficina le dije que estaba lista para escribir las evoluciones, se sentó al lado mío prendimos la computadora y me dijo “escribí”, creo que empecé a temblar y a escuchar los zumbidos de vuelta. Hasta ese momento cada vez que escribía algo en hebreo lo sacaba de un cuaderno que tenia con frases copiada para usar de referencia, esta era la primera vez que tenia que escribir algo desde cero. Creo que mi jefe se dio cuenta de mi cara de pánico y entonces probo algo distinto, me dijo “ok, decime como viste al paciente de la cama 17”, entonces con mis propias palabras empecé a decirle lo que me parecía que tenia y como estaba la paciente ese día, después me dicto lo que tenia que escribir y me deletreo LETRA POR LETRA cada palabra. Hasta el día de hoy me encuentro admirada por el acto de humildad que ese hombre tuvo conmigo, estamos hablando de una inminencia de la oncología, que se sentó al lado de su residenta mas inexperta y le dicto como a cuál niño de primer grado como escribir la evolución de sus pacientes oncológicos.
Después de terminar de evolucionar 14 pacientes me encontraba bastante apenada por lo que acaba de pasar, y casi con lagrimas en los ojos le confesé el golpe durísimo que era para mi ego tener que pasar por esa situación.
Yo venia de der la niña buena del colegio que siempre sacaba las mejores notas, en la universidad me iba bien, siempre entendía todo y era buena en mis trabajos como medica después de graduarme.
Pasar de eso a ser la analfabeta (literal) que no sabia leer y escribir fue un baño de humildad y aprendizaje muy fuerte para mi y mas allá de que la mayoría de las personas con las que trabajaba eran inmigrantes y entendían por lo que estaba pasando, había otras (muchas lamentablemente), que me querían hacer sufrir como sufrieron ellos al principio, una mentalidad muy del entrenamiento en medicina y muy israelí también.
Gracias Profesor por entenderme y no hacerme sentir mal ese día, cada vez que pierdo la paciencia tratando de ayuda a algún esclavito nuevo (residente, estudiante de medicina etc.), me acuerdo de esa experiencia. Vuelvo a mi centro, y pienso en usted y su gran acto de bondad al ayudar a una medica argentina analfabeta como yo en ese entonces.
0 comments